Varias veces coincidimos en aquel gimnasio.
Allí, en varias ocasiones, la vi, vestida y desnuda.
Cuando, por última vez, la ví caminando por aquella avenida, no pude evitar imaginármela de ambas maneras, como tampoco pude evitar imaginar, nuestros cuerpos desnudos en la oscuridad de una terraza de un ático del barrio de Gracia, una noche de verano, mis pechos rozando su espalda, y mis manos acariciando suavemente sus caderas.
Y nunca más, la volví a ver.
Espero, que le vaya muy bonito.